miércoles, 20 de julio de 2011

Anclaje













Nadie está en pié, sólo ella.
Es temprano, apenas poco más de las ocho de la mañana.
La mañana ha amanecido triste y gris, con lluvia que amenaza con no parar. Quizá sólo sea la acompañante ideal para su sentir.
Camina con el semblante serio por la casa, esa en la que no se oye más que el ruido de su propio caminar y el de algún pájaro en el exterior que no parece incomodarle esa llovizna incesante.
Se ha pasado media vida preocupada por los demás y la vida no ha sido demasiado generosa con ella. Sus hijos fueron lo que siempre deseó, desde muy joven, pero no supo hacerlo bién, quizá era más el deseo que la voluntad.
No tuvo una infancia que recuerde con demasiada felicidad,quizá retoques de unos recuerdos, de algunas risas, de juegos entre hermanos y sus siempre queridas abuelas, pero poco más. Se sentía querida y respetada entre sus amigas y el paso del tiempo hacía que sus nuevas conocidas reconocieran que era un ser bueno y bondadoso, al que cualquiera que osase hacerle daño no se mereciera el perdón de Dios, pero ella siempre se sintió perdida en el mundo. Su falta de autoestima a pesar de que su físico la acompañaba para sentirse deseada no era suficiente. Sus complejos de inferioridad hacían que nunca acabase de creerse las "zalamerías" que le decían, por que ella siempre pensaba así, que solo eran eso.
Ahora, el paso del tiempo le devuelve una vida llena de errores, se desplaza de puntillas por ella, sin hacer ruido (la verdad es que siempre le gustó pasar desapercibida) y casi lo consigue, pero supongo que esas son precisamente las que al final, más llaman la atención.
Creyó encontrar la horma de su zapato, pero los años le hicieron ver que se puede llevar zapato de salón y cambiarlos por unas chanclas que den frescura a los piés y ahí se quedó ella, estancada en el tiempo de los recuerdos, llorando a oscuras y sonriendo a la vida que bulliciona a cada paso que dá.
Muchas veces se encierra en ese mundo de reproches, imaginando su vida en otras circunstancias pero solo son quimeras, oasis en donde paras para retomar fuerzas y volver a tu realidad.
No siente el cariño que merece. Sus hijos ya vuelan y su casa aunque nunca sola se vuelve cárcel en sus ansias de sentir, pero no tiene el privilegio siquiera de rozar otra piel que desee ser tocada y ella sólo puede añorar unos labios a quien dulce y lentamente besar y unas manos que le demuestren que aún se la puede desear.